lunes, 16 de mayo de 2011

La Carpeta

Por Matías Rojas
Relato ficticio de un futuro probable.


Instalado sobre su escritorio, Rodrigo Hinzpeter miraba un roñoso álbum familiar de fotografías, con aires de grandeza y delicados respiros. El ambiente estaba calmo y no parecía infligir ningún tipo de presión sobre los eventos a ocurrir. En la esquina de la habitación, mientras tanto, yacía amarrado el Presidente de la República, Sebastián Piñera, dormitando en silencio.

Casi como un soplo de viento, el ya depuesto líder de la Comunidad Judía de Chile, Gabriel Zaliasnik, ingresó al cuarto con una suspicaz puntualidad. Exhibiendo una radiante sonrisa en el rostro, posó la carpeta roja que portaba sobre el escritorio, se acercó a Piñera con una inclinación hacia el cuerpo en reposo y giró su cabeza en dirección al ministro del Interior.

—¿Ravotril? —preguntó—. Tuyo supongo.

Hinzpeter asintió con la cabeza. En efecto, el ministro había forzado al presidente a ingerir una botella entera de Ravotril líquido; el mismo medicamento que su psiquiatra, como de costumbre, le había recetado. Solía no hablar sobre el tema, pero quienes lo trataban le habían obligado a engullir cientos de pastillas para controlar sus impulsos matutinos en las tareas administrativas de La Moneda.

Zaliasnik estaba allí para discutir negocios. Cuando se acercó al escritorio central donde Hinzpeter repasaba las hojas de su cuadernillo de imágenes, éste conectó con el sentimiento de confabulación de forma inmediata. No obstante, antes de cerrar el álbum familiar y pasar a otro tema, el ministro giró la compilación hacia la óptica de su colega e indicó una fotografía con su dedo. En ella aparecía Mauricio Baltiansky, su tío abuelo bolchevique y fundador del Movimiento Sionista de Chile, ubicado en el año 1911. Los bordes del cuadro presentaban diversas leyendas hebreas.

La sonrisa exacerbada de Gabriel Zaliasnik sólo alimentó la excitación de los presentes. Acto seguido, Hinzpeter guardó el objeto de atención.

—Tengo otro álbum para ti —comentó el ex presidente de la Comunidad Judía de Chile. Luego de esto, reincorporó al panorama la carpeta roja ya depositada sobre la mesa y la abrió—. Qué paradojal, ¿no?

En la primera página del informe, aparecía la imagen de un estudiante de 17 años. El título versaba «Matías Rojas». Aparte de describir el perfil del individuo en cuestión, las hojas que proseguían al primer análisis mostraban un sinnúmero de otras fotografías, capturadas cuidadosamente por agentes del Mossad en servicio activo.

No había bastado con contratar fiscales de origen palestino luego de las destartaladas inconsistencias en el Caso Pakistaní, como Sabas Chahuán, Pablo Sabaj, o Francisco Jacir, para disfrazar la encomienda sionista hacia la inclusión de Chile en la guerra contra el terrorismo. Tampoco bastaría con introducir a una segunda Adriana Hoffman en el gobierno, y facilitar la adquisición de tierras en el sur, para concretar el sueño orgásmico que Theodor Herzl había plasmado en su libro, «El Estado Judío». No, sería inútil. Sin atrapar de una vez por todas a los habladores, los mediocres de abismo intelectual, Hinzpeter sabía que el plan no podía seguir adelante.

Para Gabriel Zaliasnik, lo mejor sería inventar otra historia de peliculón y deshacerse del muchacho. Así, mirando el rostro del ministro con atención, prosiguió a plantear diversas vías de contingencia. Cuales fuesen los métodos a utilizar para silenciar al estudiante, éstos debían ser rigurosos y sistemáticos, basados en los fuertes cimientos del sueño sionista que aún yacía en la mente de ambos, reluciente, como recién sacado de una lavadora, expuesto al sol y vuelto a enjuagar con el sudor de sus próceres.

Repentinamente, el cerebro de Hinzpeter aceleró su pálpito sanguíneo. Por primera vez desde que su colega había ingresado a la oficina presidencial, hizo el esfuerzo de abrir su boca y despegar sus labios, secados por el consumo de los anti depresivos.

—Espera, Gabriel —soltó el ministro—. Creo que lo tengo.

Días más tarde, bosquejos falsos de un ataque a los cuarteles de «El Mercurio» fueron trazados por ocho novelistas bajo la paga del Mossad. Aquella misma semana, agentes de la PDI ingresaron al domicilio de Matías e inyectaron las pruebas. Nadie con los tornillos bien puestos recibió como sorpresa el allanamiento y subsecuente arresto del estudiante. Al recibir la noticia, en su paradisíaco refugio de Lago Ranco, el sionista Agustín no pudo contener las carcajadas: al fin lo había conseguido.

1 comentario:

  1. "Porque cualquiera que quisiere salvar su vida, la perderá, y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, la hallará" (Mateo 16:25)

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